jueves, 4 de septiembre de 2008

Purmamarca

Ya habían transcurrido siete días de viaje cuando en una noche lluviosa llegamos a la terminal de ómnibus de la capital de Jujuy. Allí había que esperar casi hasta el amanecer, a eso de las 6:30 partía el primer colectivo por la Ruta Nacional 40 hacia Tilcara, de pasada queda Purmamarca.
Creo que eran alrededor de las 10:00 de la mañana cuando ya nos encontrabamos en el centro del pueblo. El sol reinaba en el lugar y los colores se podían ver por todos lados: en los telares, en las cerámicas, en las vestimentas de las mujeres del lugar y hasta los cerros deslumbraban por sus hermosos coloridos.
Los vendedores dan la vuelta por toda la plaza, en sus puestos ofrecen todo tipo de productos regionales, ropas típicas, cerámicas y telares de varios artistas de la zona. La música, los sonidos y los aromas son únicos e inconfundibles. Son cosas que se impregnan en los sentidos de quienes llegan hasta aquel lugar y uno no termina de irse que desea estar volviendo.
Las tardes son largas y como en todo pueblo del interior, las siestas casi obligatorias. Los niños reinan por su ausencia, tal vez aquellas viejas historias de duendes aún hoy siguen dando resultados.
Lo que más impresiona en Purmamarca es la belleza que rodea al lugar y que vive en él. El cerro de los siete colores hace honor a su nombre, quien haya estado allí se habrá tomado su tiempo para identificarlos y contarlos y tal vez, más de uno, habrá encontrado alguno más y quien alguno menos. Lo cierto es que a la vuelta de cada esquina uno choca de frente con imágenes que nunca más se borrarán.
Las noches en estos pueblos suelen ser de pocas luces, aún recuerdo mi estadía en Cachi, un pequeña población de Salta, allí por las noches sólo algunos perros se atrevían a circular por las calles. Sin embargo, la noche de Purmamarca tiene algo especial, tal vez muchos creerán que hablaré de estrellas, de la luna, del cielo, pero no fueron estas cosas las que más llamaron mi atención en aquel inhóspito lugar de la Quebrada de Humahuaca.
Alguien, alguna vez, me había comentado que por las noches la plaza tenía un movimiento inusual, yo mismo quería comprobar de qué se trataba así que aquella noche, luego de la cena, unas cuantas rondas de mate y guitarreada, me abrigué y caminé calle abajo hasta la plaza. Por el contrario de lo que la mayoría de las personas que nunca fueron al norte creen, las noches no son calurosas, a veces hasta es necesaria una bufanda o un pulóver de lana en pleno verano. Esa era una de esas noches frías, soplaba el viento y una llovizna muy fina golpeaba sobre mi rostro. Así y todo caminé las diez cuadras que me separaban de la plaza bajando hacia el centro.
Como ya mencioné la plaza se encuentra rodeada de puestos para comprar recuerdos y productos regionales, pero a las 23:30 sólo quedan las estructuras que desnudas y desprovistas de sus artículos sirven de asiento y entretenimiento para la gran cantidad de niños que, a esa hora, corretean por todos lados. La sorpresa fue muy grande y las preguntas se sumaron en cantidades imposibles de responder. Lo más sorprendente de aquella minúscula pueblada es la apertura, los pequeños se acercan a quienes llegan y conversan largamente. Yo mismo fui interceptado por un grupo de cinco “changuitos” (tal como les dicen) que comenzaron a preguntarme de dónde venía, a qué me dedicaba, con quién andaba, hacía dónde iba, pero de pronto el rol de preguntar cambió porque si bien sus cabezas tenían millones de preguntas, la mía estaba ávida de respuestas.
La charla fue dejando algunas conclusiones y ciertas afirmaciones que me demostraron la gran diferencia que experimentan los niños de distintos rincones del país. Mientras en Buenos Aires los chicos duermen, en Purmamarca juegan, cuando en la gran ciudad se entretienen, allí suelen ayudar a sus padres en la producción de aquello que venderán y que será el sustento de sus casas.
Las tardes en la plaza de Purmamarca carecen de los sonidos que tienen las de Buenos Aires, pues los changuitos están ausentes de las calles y los duendes y los peligros de ser raptados por ellos, es sólo un cuento que poco tiene que ver con lo que verdaderamente están haciendo esos niños cuando el sol pega de lleno sobre esas tierras.