jueves, 14 de agosto de 2008

14-08-2008

De repente me encontré solitario esperando que llegaran las palabras que dijeran lo que estaba buscando. A veces es inútil esperar. A veces te quedas inmóvil viendo cómo eso que anhelabas se aleja lentamente ante tus propios ojos atónitos y te quedas allí, sin saber qué hacer, con todas las palabras agotadas, sin una sola razón, pues ni siquiera las excusas son válidas. Es curioso, pero parece que a veces es mejor no conocer la respuesta que estas buscando.
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Salí corriendo porque todo lo que me decía me angustiaba, tanto como si sus palabras dijeran sólo verdades que no tenía ganas de oír. Uno no busca que los otros le estén diciendo cómo hacer las cosas, nadie tiene la respuesta exacta a los problemas propios, mucho menos a los ajenos. Por eso corro, por eso cada tanto decido partir hacia los lugares más recónditos, allí en donde no me encuentren fácilmente quienes quieran darme consejos. La respuesta no la tiene nadie, ni siquiera uno mismo. La mayoría de las veces todo pasa por azar y orden del destino. Lo podría demostrar con miles de ejemplos. Si, muchas veces quiero escapar de esos días, no siempre es posible, claro.
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La falta de respuestas está directamente asociada a la búsqueda del silencio, o mejor dicho al encuentro con él. Hace algunos días me di cuenta que la falta de ruido no es silencio, muchas veces lo encontramos en lugares saturados de ruidos que llenan nuestra cabeza de sonidos huecos y sin sentido. Uno se encuentra con el silencio cuando se queda sin respuestas que logren desenmarañar ese embrollo de vida que se hace a veces.
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Salí con la esperanza de encontrar lo que buscaba, pero volví con la manos llenas de nada y la cabeza repleta de preguntas, de esas que uno se hace cada domingo por la tarde, cuando ya termina la jornada y uno desea que llegue el nuevo día. Dicen que en la tarde de un domingo se extraviaron todas las respuestas posibles, yo lo sé, me pasó, por eso es mejor comenzar con las preguntas los lunes para que las respuestas sean claras, pero uno comienza la semana preocupado por tantas obligaciones que se olvida de la vida y entonces el domingo por la tarde, cuando ya no hay nada por hacer, vuelven a surgir todas esas preguntas que uno no desea responder porque angustian hasta al más afortunado de los mortales.
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A veces no hay respuestas para los finales, porque tal vez serán las mismas que para los inicios…

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